ANSIEDAD O CUANDO LA MENTE VA MÁS DEPRISA QUE LA VIDA

La ansiedad o situaciones relacionadas con ella es una de las consultas más habituales que he recibido, y no he conocido dos personas que la vivan o la experimenten de la misma forma. Todos experimentados o experimentaremos momentos de ansiedad y estadísticamente 1/5 personas sufrirán un trastorno de ansiedad a lo largo de su vida, incluso 6/100 en caso de niños y adolescentes.
Hoy en día encontramos que es una palabra muy generalizada que a la que escuchamos sobreentendemos que va asociada a sentimientos de inquietud, nerviosismo, preocupación, temor o pánico por lo que está a punto de ocurrir o puede ocurrir, y que se manifiesta a través de síntomas tanto emocionales como físicos.
En realidad la ansiedad es un mecanismo adaptativo natural que nos alerta antes situaciones o experiencias “complicadas”, y de hecho un nivel adecuado de ansiedad no permite concentrarnos y afrontar situaciones de dificultad emocional y superarlas.
Es una reacción normal e incluso saludable… pensemos en los nervios previos a una entrevista de trabajo, la boca seca, el movimiento de manos… esa sensación de temor a no recordar lo estudiado antes de un examen… el momento previo a entrar en la consulta de un médico después de habernos hecho unas pruebas… Así que es importante partir de este punto y entender la función adaptativa de esta emoción que es la ansiedad, y que el objetivo no debe ser eliminarla sino aprender a tolerarla y gestionarla para que nos ayude en nuestro día a día.
El problema viene cuando este mecanismo de defensa se sobre activa, cuando se adelanta en exceso o nos provee para una situación mucho más comprometida o difícil de lo que puede llegar a ser, o incluso, que no sucederá. Sucede entonces que nuestro nivel de alerta se desborda y perdemos su control, nos sentimos indefensos, paralizados… y se mantiene por tanto tiempo activo, intenso y duradero que interfiere y nos afecta a nuestro día a día. Ocultarla o intentar reprimirla solo produce mayor ansiedad.
Cuando esto sucede la ansiedad nos lleva a un círculo vicioso, que va aumentando su presencia, su control sobre nuestra reacciones y sobre cómo entendemos los acontecimientos, incluso cuando es remotamente improbable que lleguen a suceder. Y se hace notar de muchas posibles formas y su sintomatología puede variar mucho de una persona a otra. Dolor en el pecho, pulsaciones aceleradas, preocupación constante, dolor de cabeza, problemas de estómago, dificultades para respirar, problemas de memoria, insomnio, pensamientos recurrentes que no nos llevan a ningún sitio pero que no podemos evitar, mareos o bajadas de tensión…
Cuánta más fuerza gana ese círculo vicioso más negativos son nuestros pensamientos y más nos auto convencemos de que si algo puede salir mal saldrá, hasta creer que es inevitable que sí sucede, que no hay más opciones, desencadenando de nuevo respuestas ansiosas que buscan protegernos, prepararnos o evitar ese falso miedo a lo inevitablemente negativo. Y cuánto más repetimos esas conductas más nos afecta en nuestro día a día, afectando a nuestra libertad, autonomía y capacidad de adaptación.
Hoy sabemos por multitud de estudios que cuando esta ansiedad no recibe el tratamiento adecuado suelen cronificarse y pueden desarrollar algún tipo de trastorno como por ejemplo la depresión y aumentar el riesgo de sufrir enfermedades, sobre todo cardíacas o gastrointestinales.
Además son muchos los mitos y prejuicios que giran alrededor de la ansiedad, que se alimentan del desconocimiento y que no ayudan a que quienes la padecen decidan buscar ayuda para superarla cuando esta les resulta un serio impedimento en su día a día, o sencillamente porque no quieren volver a pasar por momentos de angustia tras un episodio de angustia puntual.
De todos estos mitos dejarme aclarar que la ansiedad no se “cura” solo con medicación y que necesita de un tratamiento específico y adaptado a cada persona. Menos cierto es que la persona que sufre ansiedad es una “persona débil”, todo lo contrario. Hay que ser muy fuerte para vivir con ansiedad, para durante mucho tiempo haber intentado luchar y mantenerse firmes, seguir para delante e intentar superar problemas y situaciones emocionales que nos han llevado a un desgaste muy importante.
No juzguemos a quienes sufren de ansiedad y reconozcamos el valor que han tenido para seguir y el valor necesario para parar y pedir ayuda. Si al agotamiento emocional que supone ese esfuerzo de mantenerse fuerte añadimos esa realidad social que en parte todavía no reconoce que los problemas de ansiedad necesitan atención profesional y no solo no ayudan sino duelen comentarios del tipo “no es para tanto”, “no llores más que podría ser peor”, “no tienes motivos para llorar así”, “no llores más y madura”, “va! Relájate y esto pasa”…
Al menos yo nunca he conocido a nadie que voluntariamente haya querido vivir con ansiedad, nadie. Y nadie tiene ansiedad porque sí. No somos máquinas, todo tiene un límite aunque no queramos o sepamos verlo y no debes culparte ni sentirte mal cuando llegas a él. La ansiedad es la señal de que algo te está pasando y tu cuerpo sólo sabe expresarlo de esa forma.
Aún sin desearlas en ocasiones surgen situaciones emocionalmente dolorosas tras periodos de tensión, preocupaciones y cúmulo de circunstancias complicadas y tomar conciencia del dolor emocional que supone vivir con ansiedad sería para quienes la padecen un paso enorme y un reconocimiento que les permita buscar ayuda y orientación en un profesional. No hay vergüenza en reconocer tener un problema de ansiedad, pero como sociedad deberíamos entender cómo de vergonzoso resulta no querer ver que ese problema nos puede afectar a todos y que la salud mental todavía arrastra estigmas que dificulta su tratamiento y la calidad de vida de quienes la padecen.
“Nuestro peor enemigo es nuestra mente… porque ella conoce mejor que nadie nuestras debilidades”
Jorge Juan García Insua